Vivimos tiempos convulsos donde, lamentablemente, se está cumpliendo lo dicho por el apóstol Pedro en su segunda carta, capítulos dos, versículo 1: “Pero se levantarán falsos profetas entre el pueblo, así como habrá también falsos maestros entre vosotros, los cuales encubiertamente introducirán herejías destructoras, negando incluso al Señor que los compró, trayendo sobre sí una destrucción repentina”. Tiempos en los que es urgente y necesario que aquellos que hemos recibido un llamado pastoral, invirtamos tiempo en nuestra capacitación personal; una capacitación física, emocional, mental, espiritual…. y bíblica.

El pastor es alguien que ha recibido un llamado divino para servir a Dios y a la congregación donde Él lo ha puesto. Y una de nuestras tareas como pastores, es capacitar a los hermanos de la iglesia. El apóstol Pablo dice que “El dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4: 11-12). Lo que dice este texto es que la labor de los pastores no es hacer la obra del ministerio (esa la hacen los santos), sino capacitar a dichos santos para que sean efectivos en el ministerio, y la iglesia pueda ser edificada.

La pregunta es: ¿cómo vamos a capacitar a otros si nosotros mismos no invertimos el tiempo necesario en nuestra propia capacitación? En el capítulo tres de Hechos se relata la sanidad del cojo de nacimiento en la puerta del templo llamada la Hermosa y justo antes de que este cojo fuera sanado, Pedro le dice las siguientes palabras: “No tengo plata ni oro, mas lo que tengo te doy” (Hechos 3:6). ¿Leyó bien? “Lo que tengo te doy”. La respuesta de Pedro a este hombre implica que uno no puede dar lo que no tiene.

De la misma manera, no podremos capacitar a otros, que es un mandato bíblico, si nosotros no estamos capacitados; porque no podemos dar lo que no tenemos. El llamado pastoral es por gracia (un regalo inmerecido), es un privilegio… pero también es una responsabilidad. Y esa responsabilidad implica prepararse bíblicamente para poder capacitar a otros. Necesitamos invertir tiempo en nuestra capacitación personal. Y no hay excusas para no hacerlo; tenemos a nuestra disposición numerosos recursos para capacitarnos. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a sacrificarnos o queremos ministerios mediocres que hagan iglesias mediocres? Usted decide.