Un estudio presentado por Barna y Enfoque a la Familia, asegura que el 80% de los pastores y el 84% de sus esposas, se sienten desanimados para hacer su ministerio pastoral. El 50% de los pastores encuestados estaban tan desalentados que renunciarían inmediatamente si tuvieran otra forma de ganarse la vida.

7 de cada 10 pastores luchan frecuentemente con la depresión, sentimientos de insuficiencia, soledad, agotamiento y fracaso.

Todos, por experiencia sabemos lo importante que es cuidar nuestra salud emocional, con igual importancia como cuidamos nuestra salud física y espiritual. Si las congregaciones a las que servimos, van a estar emocionalmente sanas, nosotros, los pastores, debemos estar también, emocionalmente sanos.

Sin embargo, las heridas emocionales del pasado, que permanecen abiertas, los traumas y los complejos de índole psicológico, son las causas principales de nuestro desequilibrio emocional.
Se dice que el 75% de nuestras enfermedades físicas, tienen origen psicosomático. Es decir, que su origen real, no está en el nivel físico, sino psíquico.

Emociones como la ira, el enojo, la frustración, el miedo, tristeza, soledad, depresión y ansiedad, entre otras, pueden llegar a producir paros cardiacos, gastritis, úlceras, hipertensión y hasta resfriados.

Si estamos emocionalmente perturbados, tendremos dificultad en nuestra vida de oración personal, el estudio bíblico, y aún, el relacionarnos apropiadamente con nuestro cónyuge, familia, amigos y hermanos de la iglesia.

Debemos darnos cuenta que el ministerio pastoral incluye una cuota de penalidades y aflicciones de índole emocional. En relación a esto, Pablo le dice a Timoteo, quien en ese tiempo era pastor en la iglesia de la ciudad de Éfeso:

“Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo”. II Timoteo 2:3. En el ministerio tenemos sufrimientos físicos, espirituales y también emocionales. El rechazo, la indiferencia, y a veces, hasta el ataque personal dirigidos al pastor, o a alguien de su familia, producen reacciones emocionales, que causan en nosotros heridas, sentimientos de enojo, amargura, resentimiento, rencor y venganza. Si estos sentimientos no son tratados de acuerdo al modelo establecido por Cristo, en Mateo 5:23,24; 18:15-17, Vienen a sabotear y debilitar nuestra salud emocional, a la vez que infectan nuestra relación de amor, respeto y transparencia con los miembros de la iglesia involucrados.

¿Cómo podemos, los pastores, alcanzar y mantener nuestra salud emocional?

En primer lugar, debemos darle importancia a nuestra salud espiritual. Nuestra relación íntima y diaria con Dios, por medio de la oración, lectura, meditación y aplicación de la Palabra de Dios a nuestras vidas. Rendirnos al control y sabiduría del Espíritu Santo. Esto permitirá que nosotros experimentemos el amor, el gozo, la paz, la bondad, la mansedumbre, el dominio propio.
En segundo lugar, cuidemos nuestra salud física, descansando, recreándonos, alimentándonos saludablemente y no descuidando nuestro chequeo médico regular.

En tercer lugar, cuidemos nuestra salud emocional, identificando, admitiendo y confesando nuestras emociones negativas como: Enojo, ira, tristeza, insuficiencia, soledad, agotamiento, fracaso, etc. Es importante admitir nuestras emociones ante Dios y ante los demás, de modo especial ante un mentor maduro que nos comprenda y nos acompañe en el proceso de restauración.

Recordemos que en Cristo encontramos el ejemplo, la motivación y el poder para vivir una vida emocionalmente sana. El enfrentó y superó la adversidad, los conflictos, y los problemas de la vida, con una actitud de paz y pleno control.

Como cristianos tenemos, por la fe en Cristo, el poder de enfrentar y superar nuestras heridas emocionales, ya que la Palabra de Dios nos dice en Lucas 4:18: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón”.